“Siempre estuve consciente de que matar personas estaba mal y, no me arrepiento”
El asesino de Green River
Aparentemente normal, aparentemente padre de familia, aparentemente inofensivo, aparentemente.
Las chicas prostitutas cercanas a las riberas del río Green poco a poco fueron tomando en serio lo que ocurría, alguien las estaba matando, las elegía para desaparecerlas y nadie podía detener al asesino.
Uno de los factores que influía e influye en este tipo de crímenes es la elección de la víctima, ellas expuestas y él dispuesto, acechante, cuando la única labor de ellas, es hacer que los hombres se les acerquen, sin saber quién es en realidad el cliente.
A las primeras 3, se fueron sumando una más, hasta llegar a 15, para ese entonces el FBI ya se había involucrado, trabajaba en el perfil del criminal de acuerdo a los escenarios y la topografía de las lesiones.
Después de la tercera mujer, Gary Ridgway decidió que debía hacer algo para que los cuerpos permanecieran debajo del agua por más tiempo y así lo hizo, sin embargo, así salían a flote negándose a quedar extintas y se iban juntando en la morgue sin que hubiera una pista sólida del responsable de estos actos.
Parte de la personalidad definida por los criminólogos del FBI era que el asesino se involucraría en la investigación, pero cuando lo hizo, la misma agencia desechó la prueba, una carta escrita a máquina en la que brindaba algunos detalles de los asesinatos, pero los expertos determinaron que no era el que esperaban, que quizá era alguien de la misma unidad policial que buscaba llamar la atención, error fatal que le costó la vida a una treintena de mujeres más.
Con el tiempo, poco a poco las pistas que dejaba fueron guiando a los agentes a la persona del asesino del Green, pero faltaba que la ciencia avanzara y eso los detuvo otros años.
Hubo un sospechoso antes que Gary, en el que se invirtió tiempo y recursos, tan seguros estaba que era él, que dejaron de lado la búsqueda, así la investigación se centró en un sujeto que no era Gary y él podía seguir matando con toda libertad.
“Comencé a dejar los cuerpos más lejos, así confundiría a la policía y no me molestarían”, dijo.
Gary, cuando una persona mata a otra, regularmente vuelve a su casa y no sabe qué hacer, ¿a ti te pasaba lo mismo, le preguntaron los investigadores.
“No para nada, cuando volvía a casa estaba bastante relajado, me tomaba una cerveza y veía las noticias”, respondió.
¿Por qué los perfiladores se equivocaron? ¿Por qué ignoraron las pistas que el mismo asesino dejaba? Porque Gary no encajaba en el perfil del asesino en serie, “engañé a las prostitutas y también a la policía, porque alguien como yo no parece un asesino”.
Los factores victimógenos que acompañaron a las chicas eran los mismos característicos de los crímenes que involucran mujeres, el alcohol y las drogas ilegales, la confianza excesiva, mezclarse con personas que no conocen y confiar demasiado en su propia fuerza, en este caso, nadie podía hacer frente a un hombre enfurecido con las mujeres, alguien que las cree desechables y sobre todo que no le importan sus derechos.
Gary era narcisista, como muchos otros asesinos en serie, ser creía superior no solo con sus víctimas sino con las autoridades, lograron comprobarle 48 asesinatos, pero los investigadores creen que fueron muchos más. Se confesó autor de todos ellos y soslayó la pena capital, sólo con la condición de que hablara sobre sus asesinatos, no sólo para resolver la falta de cadáveres, cinco más de los que la policía no tenía siquiera conocimiento, también querían que hablara para conocer su personalidad en total, qué lo llevó a ser uno de los asesinos seriales más terribles.
El odio hacia el sexo opuesto, según él, comenzó con el odio contra su madre, padeció enuresis hasta su adolescencia y ella le lavaba sus genitales, lo que lo avergonzaba mucho, no únicamente eso, con los años, el Complejo de Edipo pasó del enamoramiento al deseo sexual y este deseo lo fue convirtiendo en muerte.
“Deseaba tocarla, sentir su cuerpo, pero también quise rebanarle el cuello con un cuchillo, la odiaba por lo que me hacía, siempre quiso controlarme y no me gusta que nadie me controle”.
Tenía 53 años cuando lo arrestaron, al declararse culpable le dieron 48 cadenas perpetuas consecutivas, sin una muestra de arrepentimiento señaló a los investigadores los lugares donde había cometido sus delitos. Uno de los agentes dijo: “Aun siento escalofrío, él (Gary) realmente disfrutaba recordar todo lo ocurrido con las chicas a las que mataba, lo dijo todo sin un ápice de culpa”.
Actualmente el asesino de Green River está en la cárcel, pero nadie ha olvidado los asesinatos, este tipo de eventos marca y cambia la historia, el ADN de poblaciones enteras, como ocurrió en Alaska con Robert Hansen, un católico empresario con gustos bastante peculiares, jugar a la caza de mujeres a las que echaba a correr heridas en el bosque luego de violarlas por días.
Continuará...
Por: Lourdes Guerrero / @Agnte_1