Ciudad del Vaticano, El Vaticano.- El papa Francisco ha canonizado esta mañana, en la plaza de san Pedro, a siete nuevos santos para la Iglesia católica.
El español Manuel González García, obispo de Palencia y Fundador de la Unión Eucarística Reparadora y de la Congregación de las Religiosas Misioneras Eucarísticas de Nazaret; José Gabriel del Rosario Brochero, sacerdote diocesano conocido como el cura brochero, de Argentina; el mexicano José Luis Sánchez del Río, mártir con tan sólo 14 años. Los italianos Ludovico Pavoni, sacerdote fundador de la Congregación de los Hijos de María Inmaculada y Alfonso María Fusco, sacerdote fundador de la Congregación de las religiosas de San Juan Bautista. Los franceses Salomón Leclerq de los Hermanos de las Escuelas Cristianas y sor Isabel de la Santísima Trinidad Catez, monja profesa de la Orden de los Carmelitas Descalzos.
Todos ellos han subido hoy a los altares, en una ceremonia multitudinaria, en la que han participado unos 80 mil fieles venidos de distintas partes del mundo. En la homilía de la misa de canonización, el Santo Padre ha querido recordar que el modo de obrar cristiano es estar firmes en la oración para permanecer firmes en la fe y en el testimonio. Al mismo tiempo ha reconocido que “cada uno de nosotros se cansa” pero “no estamos solos, hacemos parte de un Cuerpo”. El Pontífice ha explicado que “somos miembros del Cuerpo de Cristo, la Iglesia, cuyos brazos se levantan al cielo día y noche gracias a la presencia de Cristo resucitado y de su Espíritu Santo”. Y sólo en la Iglesia y gracias a la oración de la Iglesia –ha añadido– podemos permanecer firmes en la fe y en el testimonio.
Los santos son “hombres y mujeres que entran hasta el fondo del misterio de la oración”. Hombres y mujeres que “luchan con la oración”, “dejando al Espíritu Santo orar y luchar en ellos”. Luchan hasta el extremo –ha asegurado– con todas sus fuerzas, y vencen, pero no solos: “el Señor vence a través de ellos y con ellos”. También estos siete testigos que hoy han sido canonizados, “han combatido con la oración la buena batalla de la fe y del amor”. Por ello, ha reconocido el Santo Padre, “han permanecido firmes en la fe con el corazón generoso y fiel”. Por eso, el Santo Padre ha pedido que con el ejemplo e intercesión de los nuevo santos que “Dios nos conceda también a nosotros ser hombres y mujeres de oración; gritar día y noche a Dios, sin cansarnos”, “dejar que el Espíritu Santo ore en nosotros, y orar sosteniéndonos unos a otros para permanecer con los brazos levantados, hasta que triunfe la Misericordia Divina”.
Los nuevos santos –ha dicho el papa Francisco– han alcanzado la meta, han adquirido un corazón generoso y fiel, gracias a la oración: han orado con todas las fuerzas, han luchado y han vencido. Así, el Santo Padre ha invitado a orar como Moisés, como se lee en la lectura del día, “de pie en la cima del monte con los brazos levantados” pero, en ocasiones, “dejaba caer los brazos por el peso, y en esos momentos al pueblo le iba mal”. Entonces Aarón y Jur hicieron sentar a Moisés en una piedra y mantenían sus brazos levantados, hasta la victoria final. Así, ha recordado Francisco, este es el estilo de vida espiritual que nos pide la Iglesia: “no para vencer la guerra, sino para vencer la paz”. En el episodio de Moisés –ha observado– hay un mensaje importante: el compromiso de la oración necesita del apoyo de otro. Asimismo, ha asegurado que el cansancio es inevitable, y en ocasiones ya no podemos más, “pero con la ayuda de los hermanos nuestra oración puede continuar, hasta que el Señor concluya su obra”.
Por otro lado ha advertido de que no se vence la “batalla” de la perseverancia sin la oración. Pero no una oración esporádica e inestable, sino, como dice Jesús, “orar siempre sin desanimarse”.
El misterio de la oración –ha explicado el Papa– es gritar, no cansarse y, si te cansas, pedir ayuda para mantener las manos levantadas. En esta misma línea, ha precisado que “orar no es refugiarse en un mundo ideal, no es evadir a una falsa quietud”. Por el contrario, “orar y luchar, y dejar que también el Espíritu Santo ore en nosotros”. Además, es el Espíritu Santo quien nos enseña a rezar, quien nos guía en la oración y nos hace orar como hijos.
¿QUIÉNES SON?
San José Sánchez del Río
nació el 28 de marzo de 1913 en Sahuayo, en el estado de Michoacán,
México. Asistió a la escuela de su ciudad natal y sucesivamente en
Guadalajara. Cuando estalló la “guerra cristera”, en 1926, sus hermanos
se unieron a las fuerzas rebeldes al régimen violento y anticristiano
que se había instaurado en el país. También José se alistó y le
concedieron llevar el estandarte. Durante una violenta batalla, el 25 de
enero de 1928, el ejército federal consiguió capturar prisioneros,
entre ellos el ahora santo. Conducido a su ciudad natal fue encarcelado,
torturado y le desollaron la planta de los pies. Le pidieron con
insistencia que renegara de Cristo para salvar su vida, pero él, todas
las veces, confirmó con mansa fortaleza su fe. El 10 de febrero fue
obligado a ir a pie al cementerio, donde fue asesinado por un disparo.
Sus últimas palabras fueron “Viva Cristo Rey y viva la Santa Virgen
María de Guadalupe”. Fue beatificado en 2005 por Benedicto XVI.
San Manuel González García nació
en Sevilla, España, el 25 de febrero de 1877. Fue ordenado presbítero
el 21 de septiembre de 1901. Desarrolló su ministerio en pequeños
pueblos, y se convirtió en arcipreste de la parroquia de San Pedro de
Huelva. En 1910 fundó la Obra de las Tres Marías y de los Discípulos de
San Juan, que tuvo gran difusión sobre todo en España y América. En 1915
fue nombrado obispo auxiliar de Málaga, Andalucía, y en 1920 obispo
residencial de la misma diócesis. Fundó la Unión Eucarística Reparadora y
la Congregación de las Hermanas Misioneras Eucarísticas de Nazaret. En
1931 comenzaron las primeros signos de la guerra civil española
(1936-1939) y el 31 de mayo algunos grupos revolucionarios quemaron casi
todas las iglesias de Málaga, prendiendo fuego también al palacio
arzobispal. Don Manuel les enfrentó con valor y se entregó a sus manos,
pero le dejaron libre. En 1935 fue nombrado obispo de Palencia. Fecundo
escritor, publicó muchas obras, en particular de espiritualidad
eucarística y de catequesis. Murió en Madrid el 4 de enero de 1940. Fue
beatificado en 2001, por Juan Pablo II.
San José Gabriel del Rosario Brochero,
nació en Santa Rosa del Río Primero, en Córdoba, Argentina, el 16 de
marzo de 1840. Ordenado presbítero el 4 de noviembre de 1866, desarrolló
su servicio pastoral en Córdoba, de forma particular en la amplia zona
de San Alberto. Se comprometió principalmente en el anuncio del
Evangelio y en la educación de la población. Divulgó la práctica de los
ejercicios espirituales de San Ignacio, en los que participaron muchos
fieles y se lograron muchas conversiones.
Trabajó
intensamente para favorecer al desarrollo del territorio, promoviendo la
construcción de iglesias, capillas, escuelas rurales y caminos entre
las montañas de la zona. En 1908 tuvo que dejar el cargo de párroco por
la lepra que contrajo por la insalubridad de los lugares, pero continuó
con el mismo fervor su misión. Murió el 26 de enero de 1914 en Villa del
Tránsito (Córdoba). El papa Francisco lo proclamó beato en 2013.
San Salomón Leclerq nació en Boulogne-sur-Mer,
Francia, el 14 de noviembre de 1745. Entró en el noviciado de los
Hermanos de las Escuelas Cristianas, comúnmente conocidos como
Lasalliani. Realizó la profesión perpetua en 1772. Durante los años
violentos de la Revolución francesa, cuando los Hermanos fueron
obligados a abandonar la casa, se quedó solo él para cuidarla. El 15 de
agosto de 1792 los guardias lo arrestaron, lo llevaron preso y algunos
días después lo asesinaron en el jardín del Convento de los carmelitas,
escenario de uno de las más terribles masacres realizadas durante esos
años: 166 entre sacerdotes y religiosos, encarcelados por haber
rechazado jurar la Constitución civil del clero, fueron masacrados sin
ningún juicio y sus cuerpos arrojados en el pozo. Era el 2 de septiembre
de 1792. Pío XI celebró la beatificación de este grupo de mártires en
1926.
San Ludovico Pavoni nació
en Brescia el 11 de septiembre de 1784. Respondiendo a la llamada del
Señor, fue ordenado presbítero el 21 de febrero de 1807. Se distinguió
inmediatamente por una extraordinaria dedicación a los jóvenes pobres o
abandonados, a favor de los cuales fundó el Instituto de san Bernabé, al
que dio continuidad con el nacimiento de la Congregación de los Hijos
de María Inmaculada. Después añadió
a la institución una sección para sordomudos. Dio también un notable
impulso a una vivaz actividad editorial y tipográfica. Al día siguiente
de que estallara en Brescia los “Diez días”, el 24 de marzo de 1849, el
padre Ludovico, acompañó bajo la lluvia a sus chicos en el intento de
ponerlos a salvo de los saqueos y violencias, y contrajo una
broncopulmonitis que lo llevó a la muerte el amanecer de 1 de abril.
Juan Pablo II lo beatificó en el 2002.
San Alfonso María Fusco, nació
en Angri, en la provincia de Salerno, el 23 de marzo de 1839. Fue
ordenado sacerdote el 29 de mayo de 1863. Nombrado canónigo de la
iglesia colegiada de Angri, se dedicó con gran celo de forma particular
al sacramento de la Reconciliación y a la predicación asidua de la
palabra de Dios; para venir al encuentro a la instrucción de los niños
pobres abrió una escuela en su propia casa. Esa exigencia profunda de
solidaridad y de caridad, que en 1866 había llevado a asistir a los
pacientes de cólera hasta poner en riesgo la propia vida, pudo después
concretarse, con la colaboración de algunas mujeres jóvenes, en la
fundación de la Congregación de las Hermanas de San Juan Bautista
(1878), a quien asignó el fin de dar educación a las niñas huérfanas y
necesitadas. Murió el 6 de febrero de 1910, en Agri. En 2001 Juan Pablo
II lo proclamó beato.
Sor Isabel de la Santísima Trinidad Catez,
nació en el campo militar de Avor en Bourges, Francia, el 18 de julio
de 1880. Durante la adolescencia sintió una fuerte atracción por Jesús y
realizó privadamente el voto de virginidad, con el deseo de entrar en
el monasterio. También en medio del mundo, se preparó a la vida
monástica, enseñando el catecismo a los pequeños de la parroquia,
ayudando a los pobres más abandonados y viviendo en profunda comunión
con Dios y con la Virgen María. El 2 de agosto de 1901 entró en el
Carmelo de Digione y el 11 de enero de 1903 pronunció los votos, tomando
el nombre de Isabel de la
Santísima Trinidad. Pero pocos meses después se manifestó en la joven
una terrible enfermedad, que aceptó con total abandono a la voluntad del
Señor. Al martirio del cuerpo se añadió el del espíritu, con un sentido
de vacío y de abandono por parte de Dios, sensaciones que ella superó
en la fe y en el amor, contemplando con implicación extraordinaria
inhabitación de la Santísima Trinidad en su alma. Murió el 9 de
noviembre de 1906, a los 26 años. En 1984, le beatificó Juan Pablo II.
Fuente: Zenit